5.28.2006

022

Junio 12, 1990
Seattle, WA
Pte.
Gabriela:
Hola, ¿qué hay? Espero que estés bien. No sé porque me cuesta tanto escribirte a vos, en general, te he escrito un montón de cartas que nunca te mandé, pero, espero que te mande la presente si algún acto del universo no me lo impide.
Heme aquí en circunstancias tan singulares que ni yo mismo sé cual será mi próximo paso, lo cual, creo yo, tengo la ligera sospecha, -me-pone-en-un-estado-de-stress-que-no-te-podés-imaginar-,-mujer, (leáse, por favor, con el tono histérico característico de la hembra tica cuando no sabe que hacer, acordáte de los guiones de Rayuela, también).
Y no, Gabriela los tranquilizantes, los psicólogos, el escocés de doce años, no funcionan, en esta situación tan crucial de la vida moderna para el individuo llamado Jorge Marín Hernández, porque nunca lo han podido hacer. (Será alguna fobia que desarrollé desde chiquito.)
Hay que pensar: jum, qué pelís, pensar en que va a hacer uno ahora ya mismo porque los días pasan y yo aquí, y yo aquí, y yo hace tanto que no pienso. Algunos dirían, si pudieran decir algo al respecto, si les hubiera contado, pero yo siempre he sido tan pesado que no cuento ni costra, que tengo un poquito de miedo, una pequenísima porción de miedo visceral que me comienza en la tercera vertebra y que se me extiende hasta el último pelo de mi dedo gordo izquierdo y que hace que se pare, el condenado pelo, y no el dedo u otros artefactos, en situaciones sociales donde hay que mantener el decoro, y donde dicha acción es poco recomendable porque uno no se puede quitar los zapatos y las medias y comenzar a rascarse a gusto (ya que la máxima apropiada no es la que no dice que yo pienso y luego existo sino más bien yo tengo ganas de rascarme y por lo tanto existo: es un hecho inevitable, te rascás o sufrís, así que la clave de la felicidad es saber como rascarse o tener a alguién que nos puede salvar de la picazón original y que nos acompañe cuando la picazón amaina pero la filosofía barata como tus zonas erróneas, me aburre) y decir ay qué rico si ahí mismo, no te movás ni un centímetro, amorrrcito, porque lo encontraste, el punto adecuado, donde la presión se acrecienta y uno ya ya casi pero me parece que cambie de tema y esa picazón es de otra esfera menos noble .
Sucedió que las palabras se te acumulan como recuerdos que ya no podrían multiplicarse. Se te atoran en oscuros rincones de arañas viejas y despedazados pétalos. Qué se hicieron los hilos que las unían, mis seméntales verbos y tus cómplices conjuciones: de qué lado quedaron. Acaso tus adjetivos adornan tumbas y calladamente pululan bajo las páginas que no escribiste, bajo las páginas que otros no leyeron. Qué las hiciste, adónde se te perdieron, o es que hiciste pacto con tu dios para callarte hasta desesperar, o las heló la nieve de tu esperanza. Un robo, quizá, por los malos años, por los abrazos que no supiste dar y por los que no te dieron. Y ahora regresás, buscándonos entre los escombros, entre las cenizas y no sabes, dudás, luchás y no te das por vencido.
Jorge
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