9.02.2005

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Los cristales rotos del espejo había quedado junto a su cama en pedazos multiples que reflejaban testarudamente las grises nubes que escondían al cielo y que escupían lluvia en Seattle por un día más. Jane había llegado a las 10:30 am a recoger a Jorge para ir al mercado Pike a oir a Nube de Rayo, un brujo que nos leía la baraja india cada quince días y que me ayuda a creer que pronto nuestro torbellino llegaría. Como todavía tenía la llave de su apartamento, decidí entrar. Sabía que estaría solo, que solamente encontraría su escocés de doce años y sus marlboros y aunque fuera la ex ¿su ex? ¡Qué palabra! No encontraría ninguna tipa en sus piyamas que le gritara qué hace ella aquí! Sabía que estaba solo y que cada noche tejía muriendo su manuscrito. ¿Cómo? Es fácil, no vio la botella vacía de diazepan en la mesa de noche, oficial. Su última página saltó de la impresora. La revisó. Una leve sonrisa le indicó que esos lirios traidores se habían soltado de su cuello. Comprendíó que no le quedaban palabras. Eran las tres de la mañana y la madrugada quieta y serena no se agitaba con el sonido de sirenas de patrullas y de ambulancias que no llegarían a tiempo. Vio el tarot de Crowley al lado de sus cassettes y pensó por qué no tirarse la baraja una vez más. Su chivas querido le besó la garganta apasionadamente. Mick gritaba "Gimme Shelter" por última vez en su walkman mientras barajaba las cartas y expiraba el humo del último de sus cigarrillos. Las cartas le confirmaron lo que ya sabía y tal vez se acordó de Alonso mientras tomaba el frasco de pastillas que había guardado para esta ocasión ¿Por qué? No se sabrá fácilmente, señor policia. El espejo roto, esa cruz celta, las últimas páginas de su manuscrito en la impresora y estos veintidos diskettes, son las claves, oficial.

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