11.03.2006

Una promesa vieja

Hace muchos años me hice la promesa de no escribir sobre mis penas o mis problemas, de no darle fuerza a la tristeza cuando hace frío en los días y en las noches de otoño y de invierno y las hojas de los arboles de la casa pasan de un verde intenso a un amarillo pálido y terminan cayéndose al tornarse un podrido marrón. Han pasado tantos años desde que hice esa promesa, que ya no sé si ese auto-contrato es todavía vigente.
Reconozco que cuando me siento a escribir, sigo respetando las reglas de este juego y que a veces opto por leer u oír música antes de admitir por escrito que me siento mal. Detrás de eso no hay ningún orgullo machista porque si alguien llega y me pregunta cara a cara cómo me siento, no dudaría en decir la verdad.
Me pregunto, entonces, “¿por qué no puedo admitir lo mismo por escrito?”
Teoría 1
Tal vez porque sería eternizar un momento en que permito que las circunstancias me dominen, en que admito la negación del deseo y que no puedo hacer nada por materializarlo, en que persisto en buscar la postergación de un juego que ya se acabó sin buscar otro nuevo. Debo aceptar el fin de algo o alguien especifico y eso más difícil que percibir un comienzo, de muchas cosas o gentes que vendrán. Cada fin, un comienzo, por lo tanto, un cambio, una adaptación, qué lata, pues, cuando me gustaban tanto tus besos.

Teoría 2
La soledad me ha hecho duro. Dependo más de mi que de nadie más porque sé que nadie estará a mi lado cuando más lo necesite. Lloro a través del flamenco o del blues o del tango, cuando todos me ven y nadie sospecha la verdadera razón de mi llanto. Es una forma de sacarlo todo sin tener que admitir nada.
Teoría 3
Me escondo tras la máscara de la indiferencia. No puedo aceptar que apuesto más que vos. Acaso me podrás querer tanto como te quiero yo. ¿Es que la extensión de tu deseo es igual a la mía? ¿Podés apostar por la luna siempre que estés en la tierra? Es una cuestión de ir más allá de las buenas costumbres, de las leyes burguesas, de los tratados de comercio, de querer con ganas como si no tuvieras otro momento. Claro, se trata siempre de ir más allá de mi para poder estar con vos. Siempre es una cuestión así: vencer la frontera del ego, establecer un territorio común entre vos y yo, y de sentir que mi fantasía y nuestra realidad podrías ser vos, podría ser yo.
Conclusión
Tal vez, ahora, que sé lo que quiero, sea mejor que no calle, que te cuente cómo me siento. ¡Decíme vos!

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