Guitar - Guitarra
Promise
“She
says I've got a darkness that I have to feed
I've got a sadness
I've got a sadness
that
grows up around me like a weed."
Jukebox
Up Up Up Up Up Up - 1999- Ani diFranco
Up Up Up Up Up Up - 1999- Ani diFranco
He
had no more to do around here. He'd bought
everything he wanted and needed. There wasn't anything else that he
wanted to consume. No more desires and wants. There was no one around
to give him a hand or no one around to embrace. It was time for him
to go.
He'd
made a promise to himself, which he would not deny.
Five
years before tonight's full moon in Cancer, give or take a couple of
weeks, he'd bought himself a guitar. Maybe, he did it to pass the
time. Maybe, it was an unfinished teenage contract he could now
fulfill.
He
only wanted to play guitar for himself. He wanted to reproduce the
notes, chords, scales and licks that could take the pain away from
being an outsider, from being far away from those things (land,
language and customs) that made him whole, and from not having around
his peeps, friends, relatives, in a sentence, everything
that gives meaning to life.
Yeah,
he was lonely but his guitar would make everything all right. His
guitar became his fetish with which he faced his life after she threw
away the key to his life. That's another story for another time and
another place.
His
promise was simple enough: he'd know it was time to get out of
Seattle when he could play a song. At first, he thought, it would
take at most three to six months. As usual, it took longer than he
anticipated and like someone who exercises and does not lose weight,
he kept practicing his open and barre chords and expected the best.
He hoped that sooner or later his hands would understand the rhythms
he wanted to create and would know the key he sought.
The time had come.
December 2012
Promesa
“Ella
dice tengo una oscuridad que tengo que alimentar
Tengo
una tristeza que crece en torno a mí
como
una mala hierba.”
Jukebox
Up
Up Up Up Up Up - 1999- Ani
diFranco
No
tenía más que hacer aquí.
Había comprado todo lo que quería y necesitaba. No había nada
más que quisiera
consumir. No tenía
más deseos ni
anhelos. No había
nadie a su alrededor
para darle una mano ni tenía
nadie para
abrazarlo. Ya era hora de que se fuera.
Se
había hecho una promesa a sí mismo, que no habría
de negar
Hace
cinco años,
antes de esta noche de luna llena en
Cáncer, tal
vez había pasado
una semana más o una
semana menos, se había comprado una
guitarra. Quizá lo
hizo para pasar el tiempo. Tal vez, se trataba de un contrato que
hizo de adolescente que ahora podría
cumplir.
Él
sólo quería tocar la guitarra por sí mismo. Quería reproducir las
notas, acordes, escalas y los
adornos instrumentales
que pudieran
alejar
el dolor de ser un extraño, de estar lejos
de esas cosas (su
tierra, su idioma
y sus costumbres)
que lo hacían un
ser completo, y, de
no tener cerca
sus compas, sus
amigos, sus
parientes, en una frase,
todo lo que le
da sentido a la vida.
Sí,
se sentía solo, pero su guitarra lo
arreglaría todo. Su guitarra se convirtió
en su fetiche con el que se enfrentó a su vida después de que ella
se deshizo de
la llave de su vida. Esa es otra historia para
otro momento y otro lugar.
Su
promesa era bastante simple: él sabría que era el momento de salir
de Seattle cuando pudiera
tocar una canción. Al principio, pensó que tomaría no
más de tres a seis meses. Como de
costumbre, tomó más tiempo de lo previsto y como alguien que se
ejercita y no pierde peso, siguió
practicando sus acordes simples y con
cejilla con la
expectativa de mejorar. Tenía
la esperanza que tarde o temprano sus
manos entenderían los ritmos que quería crear y que reconocerían
la clave o la escala que
buscaba.
La hora había llegado.
Diciembre
2012