5.27.2007

Compañeros de viaje

Todos los días se montan más en el bus. Algunos se notan cansados porque tienen casi siempre dos trabajos, uno para pagar sus gastos en el norte y otro para mandar algo a los que dejaron en su país de origen. Otros se alegran cuando encuentran un amigo y pueden hablar del partido de Chivas o del América de la noche anterior. Otras hablan con sus amigas de la fiesta de quince años que le preparan a la hija. Son mexicanos, guatemaltecos y salvadoreños más que todo. La mayoría no tiene papeles, supongo, porque a veces lo confiesan en el bus y también porque los vi en las marchas a favor de los emigrantes del año pasado y porque ahora andan con miedo porque el gobierno de bush comenzó a perseguirlos en sus casas y en sus trabajos. La mayoría de los mexicanos comenzaron a venir cuando el "NAFTA", el tratado de libre comercio en América del Norte, entró en rigor. Los centroamericanos llegaron tratando de escapar la mal llamada paz que los echó de su país porque no trajo justicia ni oportunidades.

Son exiliados económicos porque su país no les da las oportunidades para optar por una vida digna y aquí en en la tierra del todo poderoso dolar hace falta su mano de obra barata que mantiene las verduras, las frutas, las carnes a precios cómodos para los consumidores y el margen de ganancia atractivo para los dueños de las fincas y los accionistas de los supermercados y lo mismo se podría decir de los sectores de la construcción y de la hostelería. Sin embargo, la gran mayoría de los gringos odian su presencia en las calles, en los restaurantes, en los hospitales y en la escuelas. Un día mientras esperaba el bus en la parada del trabajo para ir a casa,observé un hombre que le preguntaba frenéticamente a todos en español cómo llegar al centro de Seattle. Solamente yo hablaba español y le expliqué que el bus 554 lo podría llevar adonde el deseaba. Precisamente ese era el mismo autobús que yo iba a tomar y cuando entramos al mismo se sentó a la par mía y me contó que hace tres días había cruzado la frontera canadiense y que antes había estado en San Diego y ahí se dio cuenta que los gringos trataban mejor a sus perros que a los mexicanos ya que eran capaces de no dudar de llevar al perrito de la casa al veterinario inmediatamente pero nunca podrían llamar una ambulancia si veían un mexicano tirado en la acera o caído en el patio de su vecino porque pintaba en un segundo piso o trabajaba en un techo.

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