8.25.2005

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JMH tuvo que ceder ante el ataque incesante del otro. Jorge Marín Hernández no se iba a quedar callado. Quería que JMH le revelara su destino. No quería quedarse sin definición, a media página. Quizá la insistencia se había hecho mayor porque JMH se estaba haciendo viejo y no escribía nada. Se comportaba como áquel que leía los secretos de las manchas del jaguar y afirmaba que no entendía nada. Más que contar una historia, que dejar un mensaje, a JMH le importaba más el proceso de escribir, de inscribir esos relatos en un tiempo específico donde muchos, sino todos, habían perdido las ganas de luchar. Además de contar esas historias de Andrea Lopez Zamora y de la chica P, no quería que otros lo consideraran cómplice de su tiempo, incapaz de vencer sus circunstancias. Si hubiera naciedo diez años antes, es posible que, al igual que Alonso, habría podido decir que estuvo allí peleando en Nicaragua contra el ejercito somocista. Diez años después lo habían sentenciado a la caída del muro de Berlin, a las faciles gritos de victoria de los gringos y de los infelices miembros del movimiento costa rica libre y de los que creían que con privatizar las empresas estatales la situación nacional iba a mejorar.

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