8.12.2007

Confesión de agosto

I

Hay días que no me atrevo a decir lo que pienso ni lo que siento. La máquina de las palabras se me traba y no puedo hacer nada para arrancarla. Se queda la página en blanco. Las letras se esconden detrás de mi fría mirada. No sé como empezar a escribir ni como seguir levantandome a cada mañana porque me hace falta decir de vez en cuando alguna de las cosas que percibo como mis pequeñas verdades y no tengo a quien decírselo con ganas, con cigarro y trago a altas horas de la noche en la casa o en algún bar ni a quien contárselo con voz entre susurros de cómplices al oído. El mismo blues de la soledad que siempre me ha perseguido y que ahora con los años me atemoriza más porque no lo he podido vencer ni hacerlo mi amigo. Tengo miedo de no poder escoger el momento de mi muerte, que me encuentre de sorpresa, como a mi madre, solo en un país extraño sin haber dicho ni hecho nada, como una de esas piezas en una partida de ajedrez que nunca logran desplazarse de su casilla inicial, cuyo rey es víctima de un precoz y sabido fin.

II

¿Cómo haré para traerte a nuestro lado? ¿Podrás acaso sentir estas palabras estando allá y ahora tan lejos? ¿Cómo te convenzo que estas palabras son tuyas también?

III

Busco el signo que me ayude a materializar tu presencia. ¿Será tan fácil como llamarte o tan difícil como escribirte otro de esos correos que ahora no contestas.

IV

¿Me podés ayudar vos? ¿No te das cuenta que te necesito para salvarnos?

No comments: