7.30.2005

Deseo

Dame la libertad del agua de los mares
Dame la libertad de la tormenta
Dame la libertad de la tierra misma
Dame la libertad del aire

¿Qué más se podría pedir?
¿A que más se podría aspirar?

7.13.2005

Otra metida de patas de Pacheco

¿Habría que preguntarse por qué sí hay dinero para que los salarios del presidente, de los diputados, de los ministros, de los jerarcas de instituciones autonomas, de los magistrados no falten, para que se mantengan "competitivos" con los de países mucho más ricos que el nuestro? ¿No sería mejor un recorte, digamos, del 20 por ciento de los sueldos de todos estos "servidores del pueblo" para comenzar a subsanar las fallas que hay en todos los hospitales? Sin embargo, este muerto no es de Pacheco solamente, es de todos los presidentes que ignoraron el problema del hospital Calderon Guardia, que se hizo publico hace más de diez años.

"El pelo en la sopa" es la clase política costarricense que está más interesada en enriquecerse que en hacerle frente a los problemas del país. La reacción del señor Pacheco es típica de la arrogancia del politico costarricense que no le gusta ser cuestionado y que se vale de la pasividad de los ticos para seguir haciendo lo que le da la gana y hacer creer a su vez que reamente le importa la suerte de nuestra gente.

7.07.2005

Mejor le presto este espacio a uno de mis personajes

A modo de presentación rápida diré que me llamo Jorge Marín Hernández. Hace varios años JMH me dio el papel de protagonista de un escrito llamado "Torbellino Blues". Como este tipo no ha tenido el coraje de hacer una pequeña hoguera con los folios en que existo ni de terminar este proyecto, no he podido averiguar cual será mi destino.

Tal vez no haya terminado, sospecho, porque nuestro destino está ligado. No sé la razón ya que él escribe y yo existo y no al revés. Sobrevivir en silencio y fuera de su tierra natal es parte de una estrategia para robarle tiempo a la vida, para no tener que enfrentarse commigo, que a la larga significa resolver el enigma del torbellino, de tener la capacidad de montarlo sin ahogarse, sin determinar de antemano una ruta, sin saber que será el después (1). Ahora, si JMH no puede manejar, para bien o para mal, como diría el calvo José (2), al torbellino, no sé si podrá continúar. Es una cuestión de cansancio, diría JMH, de confesarse inutil, de haber tratado sin suerte por todos lados y de todas las maneras posibles de armar su rompecabezas y de saber que es hora ya de darse por vencido, que una tumba u otro turno de vida dan igual en este punto de la partida.

Quiero ser más que un personaje que existe en folios viejos. No quiero ser fuente de curiosidad de extraños después de la muerte de JMH, ya que sin hijos ni sobrinos y con primos lejanos serán pocos los interesados en sus cosas.

Notas:

(1) Caigo en el error de intentar definir al torbellino en términos negativos, al igual que JMH. No sería mejor decir que es como seguir el ritmo que impone el torbellino, sin perderse en los laberintos de la melodía, como un solo de trompeta de Miles Davis, o el quejido de El lebrijano o el grito de Koko Taylor. No es una cuestión masculina de dominar, más bien es una forma de aprovechar la fuerza de los vientos del torbellino para realizar el destino del deseo. No puedo definir en pocas palabras lo que JMH lleva años buscando decir bien.

(2) Otro personaje que tal vez aparezca pronto.

7.02.2005

Mañana no existe

De acuerdo al calendario no son tantos los años que tengo, sino los que me quedan ya que los míos tienen la mala maña de durar alrededor de sesenta años. Quizá sea una ventaja saber que desde hace tres generaciones no pasamos de cierta edad porque no tengo la excusa de esperar que tal vez las cosas parezcan mejor mañana. De manera es mejor decir que me quedan dieciseis por vivir, por descubrir, por aprovechar que acabo de contar cuarenta y cuatro mal cumplidos. Habría que decir que el tiempo se me acaba, que no puedo permitir que la arena del reloj se disipe en movimientos falsos. Sin embargo, aquí yace la disyuntiva de la espera, aquí nace la futilidad de la esperanza: pensar que podré ser capaz de empatar o ganar la partida.